Adiós al caleidoscopio
Nada me salva de vivir, aunque haya perdido la infinita inocencia ensayando una vida a través del espejo empañado, actuando el papel que nadie aceptó; al final lo heroico pierde valor en un mundo real.
Recuerdo que al despertar ya no te quería, fue tan fácil no reconocerme en tu voz, tanto frió en tus labios, que te vas y olvido, no como lo que eras, sino como lo que no serás y suena cruel pero te lo buscaste deseando lo mismo cada mañana, no malinterpretes, no eres tu, soy yo que te detesto por encima de todo.
¿Qué es un hombre sin sombra y con su cadáver en mano?
Desaparece reflejo de lo cotidiano, contador de flechas rotas, no quiero un final feliz (que me hará infeliz), aunque todavía recuerde al héroe que quise ser una tarde, cuando mi madre o la madre de alguien más (tal vez sea huérfano de tiempos irresolutos) me dijo (eso si, muy heroicamente) ¡No sueñes lo que no te toca! Antes de notificarme la mortalidad de mis sueños.
O quizá naciste entre lunas cuando descubrí este kitsch de cada cosa que toco, como un midas al revés, trasquilándose las ganas y esa piel, arrastrando imágenes profanas, de sueños vírgenes en días irrealizables, persiguiendo luciérnagas en enjambres de estrellas, disimulando talismanes mientras se pierden en el mar.
En la oscuridad soy valiente y me atrevo a gritar que descubrí recuerdos de alguien más, mientras condeno y lapido la infancia de quien sin pensarlo ha existido, como aquel fantasma que de reojo existe y a la luz se apaga. Estoy cansado de los reveses que la rueda olvidó.
Así como se alejaba, su luz se atenuó